Antonio no dejó jamás de ser un gran tipo. Le obsesionaba un único aspecto de la vida. Aquel que consiste en ser el elegido por la casualidad del universo. Y así fue, antes que nadie, antes de que llegara aquí y muy poco antes de que descubrieran aquella vacuna, que él enfermó. La gripe del pollo lo asó en cuatro días. Desde entonces es hablar del libre albedrío y bajar la cabeza para salir huyendo. No quiero que sepa de mi leve existencia.
(Rayo, el Mulo)
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