El perro, que era todo lo inteligente que un perro podía ser, se acercó a su amo, lo miró de arriba abajo, y le ladró una vez; un ladrido ronco y corto. Le podía haber ladrado mucho más, pero el can, que era todo lo inteligente que un can podía ser, sabía que eso no hubiera cambiado nada.
(el Kartero)
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