Si me pongo en tu piel puedo llegar a comprender, sin demasiado esfuerzo, cómo aceptas, sin resignación, que tu batalla está perdida. Me doy cuenta de que eso no significa que debas enfrentarte a ello. Comprendo que aceptes que no quieras ganar nada ni vencerte a ti misma. Simplemente no acudir al enfrentamiento diario contigo misma te vasta, y si para ellos debes pasar de puntillas sobre algunas cosas mejor. Al fin y al cabo lo tuyo es una actitud de lo más sincera. Qué pena que no encuentre yo una lámpara que frotar y regalarte los deseos. Pero las cosas suceden de una manera mucho más sutil e imperceptible, día a día, noche a noche y sin que tengamos más control sobre ellas del que buenamente nos dejen las circunstancias. De todas maneras, y aunque parezca una actitud demasiado cristiana, el dolor a veces nos dignifica, nos hace comprender cuales son las cosas que nos importan. Aunque tu dolor lleve siempre al mismo sitio. Te tendería una mano si me la pidieras aún sabiendo que no te serviría de nada. Pero te la tendería igual, para que sepas que te entiendo, que conmigo no debes fingir, que lo que callas yo lo escucho y que cuando abres los ojos, yo me cuelo en ellos.
(el Kartero)
No hay comentarios:
Publicar un comentario