Cuando hablamos, en grupo, de relaciones humanas a todos nos gusta desplegar nuestras defensas y argumentar nuestras conductas con más o menos clarividencia verbal. En la mayoría de los casos nadie parece estar demasiado alejado; supongo que debido a la afinidad que nos lleva a formar grupos con determinadas personas; de un sentimiento común y teórico de lo que es la felicidad, de lo que significan toda esa serie de palabras mayúsculas en nuestras vidas.
Sin embargo no deja de ser, tanto diálogo, una especie de auto-defensa y auto-confirmación de que nosotros tenemos unas ideas sobre las cuales caminar, un patrón de conducta que nos da seguridad, y no deja de ser, me refiero, porque a la primera de cambio, en nuestro yo más profundo, hacemos caso omiso a nuestro impoluto manual de funcionamiento para comenzar un vuelo sin rumbo en el que, con suerte, podremos atinar a ir corrigiendo en vuelo.
Y creo que ambas cosas son necesarias. Una balanza sin la cual jamás tendríamos conciencia de cuan locos nos volvemos cuando enfrente tenemos el más simple de los deseos.
(el Kartero)
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