La noche más larga acaba de comenzar. El último deseo de las películas no tiene cabida aquí. Tan sólo un guardia se ha salido de esta rutina de muerte para tirarme un paquete de cigarros. No deja de tener su gracia la anotación al dorso de la cajetilla; Fumar mata.
Quiero emplear estas seis horas que quedan en tantas cosas que ando bloqueado sin pensar en nada. De seguir así presiento que cuando me quede poco tiempo tendré que decidirme por algún recuerdo y aferrarme a el.
Se ha pasado el tiempo y ha sido como preveía. Toda una vida para pensar en la muerte y al final me ha cogido sin nada preparado. Diez minutos para las siete. Nunca ha sido mi hora preferida. Es una hora en la que empieza el día y no la veo muy apropiada para irme. Es cómo si me perdiera todo lo que ocurrirá esta mañana.
Cinco minutos. Ya estoy acostado en esta camilla. Manos, pies y cintura atados con estas correas tan amenazantes. Me ha molestado el pinchazo de las vías que me han colocado en el antebrazo. Al parecer ese será el único dolor de mi muerte. He de suponer entonces que ya ha empezado.
Un minuto. Me han cubierto mi cara con un pañuelo. Ha sido mi petición. Me llevo mis gestos de moribundo conmigo.
Hay una paz inmensa que me está recorriendo. Me veo en el colegio, nos están preguntando los colores. Es una paz inmensa. Y es tan placentera…
(el Kartero)
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