lunes, enero 16, 2006

Post mortem

Mi jefe era un cabrón. Y digo que lo era porque ha muerto, ayer fue su entierro. Lo que no me podía imaginar es que su hija fuera tan irresistiblemente atractiva. Cuando se dirigía a la primera fila de la iglesia no pude evitar clavarle mis ojos, sin que ella los rehuyera. Después, en el breve paseo hasta el cementerio no tuve muchos problemas para ponerme cerca de donde ella andaba. Unas pocas miradas nos bastaron para hacernos entender y que acabásemos consumando nuestro deseo común en un recóndito patio del camposanto, sobre la tumba de un ilustre ciudadano del siglo XIX, mientras los restos de su padre terminaban de ser inhumados.

(Pinzón Azul)

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