Cómo en la peor de las pesadillas ahora estoy aquí sentado sobre esta endeble silla que no deja de amenazarme con precipitarse al suelo a la siguiente sacudida. No se que hora es pues no hay ventanas en este cuarto, pero debo llevar casi un día atado de pies y manos. Con esta mordaza que ahoga mis miedos y con la sangre seca sobre los ojos tan hinchados que casi no me dejan ver. Respiro con mucho esfuerzo, mi nariz debe estar rota. No recuerdo cual fue el último golpe que me dejó de doler pero es como si hiciera una eternidad. Me gustaría desfallecer pero mi cuerpo se resiste. Sólo escucho un profundo zumbido. No sé de la gravedad de mis heridas aunque no sé si importará. No creo que salga de aquí, al menos vivo. Se me hace eterna la espera de mi verdugo. La última vez que estuvo aquí me dijo que mañana, que debe ser ya, vendría a terminar con mi valentía. Lo hizo antes de dejarme sin una oreja. La rebanó como mantequilla con una enorme hoja de acero que me quemaba mientras me cortaba lenta y finamente. Noto claridad, creo que ya es mañana. Aún no me han preguntado nada. No se por qué todo esto. Mi verdugo se acerca. Esta vez creo que trae la muerte en su mano. Tiene forma de gancho afilado. Pero me importa tan poco. Ya no me duele nada. Y están esos pájaros. Y el rocío. Y es una paz tan desasistida.
(Rayo, el Mulo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario