jueves, febrero 09, 2006

En el corazón de Africa

El mayor no debía tener más de quince años y allí estaban, sucios, temblorosos y empapados bajo una lluvia torrencial que parecía lavar sus pecados.
Enfrente, yo, atado de pies y manos a un fino y erguido tronco seco, con el pañuelo que había decidido no ocultarme mi muerte caído sobre mi cuello.
El agua, que no podían secar mis manos, me dejaban entrever los fusiles en alto, apuntándome como culpable, lejos de los míos, en aquella olvidada guerra africana.
Una sola de las balas vino a matarme y entró con tanto fuego en mi pecho que sentí como ardían mis entrañas y mis rodillas clavarse en el fango y sus ojos, recuerdo sus ojos, cómo me miraban asustados por haberme matado.

(Rayo, el Mulo)

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