Estoy acostumbrado a los abandonos. Mi padre se fue de casa un día. Algunas semanas después mi madre me dejó con mis abuelos y jamás volvió. Unos meses más tarde, justo el día antes de mi primera comunión, también lo hizo Dios. Casi veinte horas después era yo quien dejaba al cura plantado en el altar. Y así sucesivamente he llegado hasta este momento. Llevo cinco años sin grandes percances y a decir verdad siempre he presentido que se me estaba reservando alguna gorda para el momento más inoportuno. Me licencié en psicología antes del verano y nada más venir de vacaciones me sale este trabajo. Empecé a trabajar ayer. Y esta es mi primera experiencia. En la sala de al lado hay un cadáver, el de un chico joven de raza blanca que iba en una motocicleta sin placa. Tráfico no sabe nada. No llevaba documentación, tan sólo un móvil; de tarjeta. Debo identificarlo. Tengo su agenda. Debo buscar un número por el cual empezar. Debería ser un familiar. O un amigo. Alguien a quien llamar. Todos los nombres son sospechosos. Ha sonado varias veces. Números privados. Quito el volumen y espero a que se cansen. Vuelvo a la agenda. María, María rubia, Mercedes, Oswaldo,… Taxi, Viejos, Yeyo, Walter, Ana, he pasado sobre esos nombres multitud de veces. Sé que debería llamar a Viejos, que supongo serán sus padres, pero preferiría otro número. No me decido. Vuelve a sonar. En la pantalla se lee Viejos. Suena. No soy capaz de cogerlo. Me levanto. Estoy acostumbrado a los abandonos y ya sé que me deparaban estos cinco años de calma. Me dirijo hacia la puerta. La cierro. El sonido del móvil ya casi no se oye. Salgo a la calle. Me voy.
(el Kartero)
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