miércoles, mayo 03, 2006

Mi relación con el mar (II)

Recuerdo que debían ser casi las siete de la tarde de un extraño y frío día de septiembre. Una de esas tardes en las que el verano hace su primer intento por desaparecer. Aun quedaban casi un par de horas de sol. El cielo estaba totalmente cubierto por unas densas y grises nubes y el mar, agitado, con olas de casi tres metros, era de un azul marino intenso. Estábamos solos, mi padre y yo, a punto de regresar, con el día finalizado. Los atunes estaban cubiertos, limpiábamos la cubierta al tiempo que navegábamos despacio rumbo a puerto. De pronto, lo veo salir del puente, me dice que me prepare, que coja carnada en un cubo. Acaba de ver una ballena. Mis ojos brillan, nunca antes había visto una y me disponía a vivir uno de esos momentos tan oídos desde pequeño. Cambia el rumbo; avante claro. Atento, me dice, va a salir a sotavento. No hubo terminado de decirlo cuando aquella mole inmensa salió al costado. Apenas distaba tres metros y debía medir unos veinte. Aún recuerdo el olor de su respiración, el viento trajo toda el agua que aspiró sobre nosotros. Luego, rápidamente echamos cientos de diminutas caballas al agua consiguiendo engañar a los atunes que la acompañaban. Una hora más tarde, regresábamos a puerto. Inmersos en una orgía de sangre que limpiábamos poco a poco al ritmo de las olas.

(el Kartero)

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