sábado, mayo 20, 2006

No sueltes mi mano

Cuando llegó a su unidad la enfermedad había avanzado considerablemente. Él era consciente de que estar allí era el preludio a morir y ella se encargaría de que su estancia fuera lo menos dolorosa posible. Todo duró tres semanas pero aquello la cambió para siempre. El destino le tenía preparada la mayor de las tragedias. Algo, que no se podía definir muy bien, cómo en la mayoría de los casos de la vida, hizo que ambos se sintieran atraídos. Ella comenzó a prestarle toda su atención y él a sufrir los momentos en los que su doctora no estaba. En cuestión de días admitieron que algo no iba bien, que qué broma macabra era esa que hacía que el amor surgiera de la forma más simple en una situación con un final apocalíptico tan claro. De pronto la muerte adquirió un sentido totalmente diferente al acostumbrado. Y su trabajo que era mantenerlo sedado, evitarle el dolor, empezó a ser el enemigo de ambos. De él porque quería permanecer despierto todo el rato y aunque sufriera, ser consciente de su amor. De ella porque si lo sedaba admitía que aquello duraría lo que un suspiro. Algunos días después el murió, agarrado a su mano, el más potente de los sedantes. Y con su muerte algo de ella también murió. Dejó para siempre el hospital. Pero quién puede separar su vida de su trabajo cuando éste consiste en el final de las vidas de los demás.

(El Kartero)

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