Por muchas picaduras con las que uno se despierte, no tiene sentido echar de menos un matamosquitos eléctrico cuando se ha dormido en una cabaña situada en mitad de una selva centroamericana. Y poco puede preocupar que el móvil permita o no enviar fotos cuando el punto con cobertura más cercano está a cientos de kilómetros.
Aquí todo es diferente, no existe la prisa ni el agobio, y desde luego que no echo de menos esas caras de mala leche con las que me cruzaba día a día en mi ciudad. Aquí he conocido el verdadero alcance de la palabra humildad, cuando he visto como me ofrecen lo poco que tienen y me dan las gracias por lo que para mí es obvio.
Será tan difícil que algún día nos olvidemos de nuestra opulencia?
(Pinzón Azul)
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