Cómo cada tarde, desde no se cuando, el Aguililla se posó en la punta de su pino y dio por finalizada la jornada. Cómo cada tarde, desde aquella misma tarde, me senté en mi banco, coloqué los pies en alto, sobre la barandilla, compartí algo de chocolate, y palabras, y di mi escapada por finalizada. Hoy me he acordado del Aguililla. Y del chocolate que nunca sabe igual. Y cómo no, de las palabras.
(el Kartero)
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