Le bajó la otra mano hasta ponerla a la altura de sus riñones. Un nítido e instantáneo clic la dejó a merced de los grilletes, de un decidido golpe a la altura se sus tobillos la separó de piernas y momentos después ya le tocaba, con firmeza, cada centímetro de su piel. Al palpar sus nalgas introdujo su mano en un bolsillo y al tiempo que la sacaba, acercado a su oído le decía: -Se te va a caer el pelo, muñeca. ¿Para quién son estas papelinas?
(el Kartero)
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