Cabalgando hasta el amanecer, la noche, que era ciega, propinó con una piedra del camino tal golpe en una pata de mi montura que con ella rota y cómo siempre se había hecho en los cines, cargué mi rifle, apunté a su cabeza y llegué caminando, silla al hombro, a un montículo que me dejó ver, helado de frío, salir el sol que me mataría de sed en aquel desierto.
(Rayo, el Mulo)
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