Con el paso de los años la idea de cruzar el mar fue cobrando importancia en la mente de Juan. Un día, con sus recién cumplida mayoría de edad, se dirigió al varadero, quitó las burras que sujetaban su barca, única y principal herencia de su abuelo, y la dejo deslizar sobre los parales hasta el mar. De un salto subió a ella, terminó de acomodar sus pertenencias e izó la hermosa vela latina que tantas veces la había hecho navegar.
Dos días después, bajo un soleado día de otoño, varó en las playas del cabo Bojador. Por fin África. Al abrigo del faro había una aldea abandonada y en ella estuvo casi dos semanas antes de que la curiosidad le pudiera y emprendiera viaje al sur; a la sabana.
Cinco años más tarde regresó, por el norte, a Bojador sin haber encontrado a nadie. Su barca, guardada bajo el faro, seguía intacta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que al soñar su viaje, no había incluido a nadie, ni viento con el que regresar. Tan sólo había imaginado aquella brisa suave del norte que lo alejara de las Canarias. Fue entonces cuando se dio cuenta de que necesitaría media vida para soñar cómo regresar. Pero había tanta paz.
(el Kartero)
No hay comentarios:
Publicar un comentario