No deja de tener su gracia el encontrarse con una parte de uno mismo al subir a un columpio.
No deja de tener su gracia el qué, después de todo, las relaciones humanas a esas alturas, que levantan lo suficiente del suelo, se envuelvan en tanta pasión, dejándose en manos de quien te mece, de quien te asegura, desde el suelo o desde el aire, a la par, impulsando ese vaivén, ese ir y venir.
Y no deja de tener su gracia porque los columpios siempre han estado ahí aunque hagan décadas que nos bajamos de ellos.
(el Kartero, a maite)
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