Cada uno de nosotros, por más que pasemos desapercibidos, caminamos apesadumbrados portando una más o menos pesada losa donde se han ido escribiendo a golpe de cincel todas aquellas asperezas que conforman nuestro lado más trágico, nuestra conducta más huraña. El secretismo con el que intentamos en muchos casos andar con ese peso no hace más que agravar nuestro encorvamiento existencial que mira cada vez, por más tiempo, sólo hacia el suelo. Es por eso que en ocasiones, cuando alguien se encarama sobre nuestra espalda para leer dicha losa, ésta, lejos de pesar más aún, se vuelve liviana, aunque sea durante un tiempo, el que pasamos convencidos de haber compartido el problema. Una pequeña puerta, sin duda, por la que podríamos dejar entrar nuevas soluciones, una pequeña puerta que a veces es la única que veremos abierta.
(El Kartero, a tod@s los que deambulan, cual caracoles, con sus pesadas losas. Y a ti también, a la que aprieta los labios al leer esto)
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