viernes, julio 07, 2006

La cuesta de la Tegala

Hoy debiera haber sido el cumpleaños de Paula. Sus treinta y seis años, edad mágica por otras circunstancias. No sé cuanto tardé después de aquello en dejar de tener miedo a las ambulancias. Lo último que me dijo fue que la siguiera si podía, y lo hice, hasta que una pequeña chinita de asfalto picó mi rueda y me quedé en medio de la nada, en aquella larga carretera que cruzaba Timanfaya, cambiando la goma. Casi media hora más tarde, pedaleando como un loco, bajando la Tegala, en un sitio donde se llegaban a coger casi los noventa kilómetros por hora, metiendo bien el cuerpo entre el manillar, vi todo el escenario. A lo lejos una ambulancia se alejaba dejando un coche volcado en medio de la carretera. A medida que me acercaba empecé a percatarme de que tenía una bicicleta empotrada en el parabrisas. Mi corazón empezó a latir muchísimo más deprisa. Al tiempo que me detenía escuché a un policía decir que era imposible que se hubiera salvado. Lentamente me bajé y me acerqué a él. Moví los labios para intentar preguntarle pero no pude articular palabra. Era su bici la que estaba dentro del coche. El policía, del que luego llegué a ser amigo con el tiempo, por otras circunstancias, me describiría años después la situación cómo algo que le sobrepasó. Dijo que me vio emblanquecer en un instante y que acto seguido me oriné. Paula no sobrevivió al choque. El médico de la ambulancia, que la conocía; cosas de una isla pequeña; estuvo casi veinte minutos intentando negar la evidencia, haciendo cualquier cosa porque su corazón respondiera, pero el brutal impacto había desprendido las arterias de él, arrancado de cuajo cualquier esperanza de vida. –Sígueme si puedes. Si que lo hubiera podido hacer. Siempre lo hacía porque el beso al final lo merecía.

(el Kartero)

No hay comentarios: